Concesiones, remozamientos e imaginerías.
Alfonso Fernández Acevedo ( Santiago, Chile, 1969) es un creador y artista visual que en la escena cultural local luce un sinnúmero de cualidades, dentro de las cuales caben tres claves: una es la persistencia y especialización constante en su formación plástica y estética, otra, la certeza de que él trabajo de jornadas diarias y sistemática de ensayes, pruebas y manipulación de materiales tradicionales o novedosos, acometidos en solitario, aislado de las modas efímeras y momentáneas, encaminan a resultados contundentes y perdurables y, la siguiente, ejercer de continuo una mirada crítica que absorbe, analiza y enjuicia los quehaceres, modos y facturas que ocurren en las distintas disciplinas creativas que acomete, apoyado en un sólido andamio teorético. Basta leer el breve currículo que la Biblioteca del Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago ofrece a quienes lo consultan, para colegirlo, al reseñar un aprendizaje inicial hecho (1984 -1986) en el taller de dibujo y pintura del diligente profesor de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, César Osorio Quiroz (1944-2015). En seguida, su asistencia al afamado Taller 99 (1987-1992), a la vera benéfica de las lecciones de Nemesio Antúnez Zañartu (1918-93), experiencia radical en el trasvasijes de conocimientos y técnicas de impresión como intaglio, litografía, fotograbado y serigrafía. Suma a estos estudios sobre la técnica de gres cerámico (2001-2002), con una coda (2004) acerca de la escultura metálica, bajo la certera tutela de Luis Mandiola Uribe (1934).
Añade la información becas y residencias diversas en Estados Unidos, cuales estadías en el Tamarind Institute, de Alburquerque, en Zygote Press, de Cleveland y en Paul Arstpace, de Saint Louis, indicando años, tiempos y secuencias. Decisivo para su crecimiento integral es la relación docente y profesional que entabla con el afroamericano Sam Gilliam (1933-1922), destacado representante del expresionismo abstracto en su derivación color field painting, transfiriéndole sus tenaces experimentaciones y atrevidos montajes en el uso de soportes, materialidades y pigmentaciones.
Y, concluye dicha descripción, que los temas, motivos y asuntos que ocupan la iconografía de Alfonso Fernández provienen de la figura humana, los paisajes y animales, en particular, caballos.
Fácil resulta deducir que Alfonso Fernández en su empeño creativo y artístico logra con sus desplazamientos geográficos, los insoslayables y fecundos diálogos con diferentes profesores, maestros y técnicos sostenidos, los atentos e innumerables recorridos por talleres de pares, las idas y venidas a galerías de
arte, pinacotecas universitarias y recorridos por diversos museos, acrecentar irrebatible su cultura visual y estética.
Es este valioso acervo conceptual e imaginario incorporado que trasluce toda su producción visual desplegada y reelaborada -como sucede en los procederes creativos, de manera consciente o inconsciente-, con soltura, aplomo y seguridad desenfadadas, para establecer diálogos, encuentros, relatos, convergencias y/o divergencias con obras y aportes de señeros protagonistas de la historia del arte universal.
Pruebas al canto y sin un listado minucioso, algunos brotan de inmediato tras un acucioso examen a su trabajo plástico emprendido hasta ahora.
Muchos de los primeros dibujos y bocetos en blanco y negro retrotraen a los ejercicios a los que se sometía el adelantado divisionista Georges Seurat (1859- 91), fiel observante de la figuración, fascinado por los sugestivos fenómenos de la luz, consiguiendo atmósferas melancólicas y poéticas de resonancias múltiples; otros rememoran, en sus diseños y trasfondo, las incisivas, dramáticas y convincentes notaciones lineales de Henri Moore (1898-1986) acerca de los refugiados encogidos, impávidos y encerrados en los subterráneos en las estaciones del metro londinense, durante los bombardeos sucedidos en tiempos de la Segunda Guerra Mundial del siglo pasado, preñadas de un phatos de mayúscula expresividad.
En otras ocasiones, sus representaciones de toreros heridos y echados en el ruedo actualizan rasgos de los visones que sobre idéntico motivo desenrollan Édouard Manet (1832-83) o, el mismísimo Pablo Picasso (1881-1973), en su caso con un lenguaje gráfico adusto, somero y elocuente. De este último, afloran, también, aprestos visuales sobre el divulgado género del pintor y la modelo, tema tan recurrente en la iconografía de las artes visuales de toda centuria pasada, que, acometido por Alfonso Fernández, desflora renovado y prístino, sin asomo alguno de plagio o referente. Otro de sus tránsitos y especulaciones icónicas arranca de las observaciones detenidas a las escenas hípicas, motivos que evocan a Edgar Degas (1834-1917) con los trotes y galopes detenidos de las cabalgaduras acotadas y coloridas que plantea como alternativa a las prácticas impresionistas desbordadas, además, es la oportunidad propicia para que Fernández, en certera conjunción, despliegue, adecue y jerarquice las infinitas valencias que la pintura gestual del expresionismo norteamericano brinda aún.
En las visualizaciones exploratorias que afronta en torno a la figura humana y el círculo familiar próximo, las opciones se ensanchan. Nuevos paradigmas icónicos se anidan y brotan de su imaginario, siempre dispuesto a plasmar en lenguajes bi o tridimensionales los estímulos oculares recibidos. Así, la conquista cromática y sensibilidad de los pigmentos fauvista impulsada y
exprimida por Henri Matisse (1869-1954) o los escrutadores estudios de rostros emprendidos por Alberto Giacometti (1901-66) en su intento de desentrañar en meticulosas marañas lineales los graves dilemas de la existencia humana, en las medianías del siglo xx, se dan cita en Fernández con una remozada imaginaria que afronta, sin trabas ni censuras, las relaciones humanas amorosas y eróticas, los dilemas antropológicos del existir contemporáneo, sea en la vitalicia soledad radical o, en la despersonalizada sociedad de masas, persiguiendo o protegiendo la patricia e imprescindible individualidad.
Las menciones de los artistas anteriores no son gratuitas ni baladíes; subyacen y alientan todo el quehacer de Alfonso Fernández que, imposibles de omitir o cancelar, asientan su vigorosa andadura en las artes visuales de hoy, sobre la base de guiños a las fuentes inmutables y los cimientos patentes del arte moderno y, concierne, en consecuencia, reconocer y deducir de sus propuestas que administra un vasto conocimiento y repertorio de los cruces y entrecruces artísticos y, está bien enterado de la circulación e itinerancia de ciertas formas matrices desde los tiempos de la modernidad, tanto como de las infinitas apropiaciones a que estas son y serán susceptibles.
Pertrechado de todo ello, macerada la lectura selectiva y con plena conciencia metodológica de sus recursos, Alfonso Fernández articula un discurso y corpus de asociaciones de imágenes viajantes, posible al maniobrar, sin tapujos ni bordes, íconos de ese caudal universal e imperecedero, dotándolo, por cierto, de la necesaria e irrenunciable vigencia temporal.
Enrique Solanich Sotomayor
Profesor de Historia del Arte, Miembro de Número de la Academia Chilena de Bellas Artes del Instituto Chile e integrante de AICA (Asociación Internacional de Críticos de Arte).